martes, 6 de agosto de 2013

Novocassio - Capítulo 3


 Capítulo 3
            Subieron los dos juntos al tercer piso, por el cual según Clara, había saltado Mariano. El edificio era todo blanco, pero no un color que te hacía acordar a los dentistas o a los hospitales, sino que rememoraba a las nubes grandes que adornan una mañana soleada. Para decorar el edificio había cuadros cada cuatro o cinco metros. Pero no eran cuadros para nada extravagantes, sino que eran pinturas de la vida cotidiana. Hombres sentados, con trajes. Mujeres con vestidos del siglo XXI. Pensó Mariano que eran como versiones modernas de cuadros pertenecientes a siglos pasados.
            - Ese lo pintó Leonardo – dijo Clara señalando al cuadro que tenía en frente en ese momento. Era el de una dama sentada, con maquillaje y perlas modernas. No se podía discernir si estaba sonriendo o no.
            - ¿Qué Leonardo? – preguntó Mariano desinteresado.
            - ¿No vez que es una versión moderna de la Mona Lisa? – le respondió Clara con un tono de sabelotodo. – Leonardo Da Vinci.
            - No recuerdo que haya pintado eso. No es suyo.
            - No lo pintó estando vivo. Lo pintó acá arriba.
            - ¡Estoy ante un Da Vinci original! – se dijo a sí mismo Mariano suspirando entre dientes. - ¿Siguió pintando acá?
            - Sí. Según dicen pinta todos los días.
            - ¿Lo pudiste ver alguna vez? Quiero visitarlo. ¿Cómo hago? – preguntó Mariano intrigado.
            - No se puede. Acordate lo que te dije de la renovación cada siglo.
            - Pero dijiste que una vez cada dos semanas podes moverte entre siglos.
            - Sí – replicó Clara secamente. – Te dije eso. Pero sólo podemos visitar a nuestros antepasados.
            - Ah – dijo un desalentado Mariano. ¿No puedo ir con algún familiar de Da Vinci? ¿El que trajo los cuadros acá, por ejemplo?
            - No, no se puede. Ya intenté. Pero es imposible – respondió Clara, una vez más decepcionando a Mariano. – Además, no quedan parientes suyos. Los que trajeron, y traen, los cuadros acá son las autoridades. Llegamos.
            Al terminar la chica de decir dichas palabras Mariano levantó la vista hacia donde le indicaba Clara. La puerta decía M. Fernández; era su departamento. Abrieron la puerta y entraron al living en el que se encontraba Mariano antes de saltar. Sin embargo había más detalles de los que él había podido apreciar. En su ceguera causada por el terror de sentirse en un coma, no había advertido ni siquiera que en el living las paredes no estaban completamente peladas. Es decir, sí estaban mayoritariamente cubiertas de blanco pero tenían un par de cuadros como para decorarlas.
            - Ese lo elegí yo para acá – señaló Clara con el dedo apuntando hacia un cuadro que quedaba justo encima de la mesa principal del living.
            - ¿Cómo? – le preguntó Mariano desconcertado.         
            - Yo trabajo en el ministerio de transición, elijo los departamentos en donde van a vivir los recién llegados y los adorno si me da el tiempo – comenzó a decir Clara. – Pero dijiste que necesitabas un tiempo para digerir tanta información. Así que tomate todo el que necesites, date una vuelta por acá, por la pieza. Sé que no es grande, pero si te pasó como a mí, al principio no te das cuenta de nada.  
            Mariano hizo caso a lo que le decía Clara. Primero observó el cuadro que le había señalado. No era nada especial, sólo una pintura de un río. Pero lo que no advirtió el muchacho era que el río no era cualquiera, era en realidad el Río de la Plata. Clara había selecto ese cuadro como para que Mariano tenga algo de su país natal en el departamento. Para que no se sienta tan distante y agobiado. También había pinturas del obelisco, de la casa rosada, y hasta de la bombonera. Y todos tenían una firma familiar. No era muy famosa, pero en algún lado Mariano la había visto antes.
            - ¿Estos cuadros – comenzó Mariano extendiendo su mano para tocar la textura del río – quién los pintó?
            - Pensé que los ibas a reconocer. Son de tu tío abuelo. Ni bien se enteró de tu fallecimiento se comunicó con las autoridades y les hizo llegar sus pinturas. Me dijo personalmente que quizás una de ellas te iba a ser familiar.
            Mariano se puso a pensar. La pintura del obelisco, pintado con fuegos artificiales detrás, le hacía acordar a algo. No se acordaba si era o no un cuadro que tenía su familia en el living de su casa cuando era chico.
            - Este puede ser – le dijo a Clara. – Pero no, en todo caso este cuadro estaba allá abajo, en el mundo real. ¿Cómo hicieron para traerlos?
            - Lo pintó devuelta. Exactamente igual como lo había pintado años atrás. Quería que tengas algo del mundo de allá. Por eso está medio desprolijo digamos, sin ánimo de ofender a nadie. Tuvo nada más que una semana para poder hacerlo. Como te dije, pasa una semana entre que te morís y que terminás acá. Pero bueno, el resto ya los tenía pintados acá arriba. Son hermosos realmente. Le pregunté si no me dejaba quedarme uno para mí.
            - ¿Y qué te dijo?
            - Se disculpó y me dijo que los había pintado pensando en vos. Que sí quería uno yo, él me lo podía pintar, pero que tendría que esperar.
            Mariano continuó caminando por el living. Antes de saltar había visto nada más que un sillón y una mesa con un par de sillas. Ahora no había mucho más, es cierto, pero pudo observar un mueble pegado contra la ventana. Seguramente para poder saltar se tuvo que haber subido a este mueble negro para acceder a la ventana pero si es que lo hizo, ni se había percatado de ello. Cuestión que el mueble servía para poder guardar la vajilla, la cual se podía apreciar a través de unas puertitas de vidrio,  nada muy importante.
            Sin embargo lo destacable de este mueble era que sobre él se encontraban tres portarretratos, uno de los cuales estaba tumbado, pues probablemente lo había tirado Mariano. El muchacho se acercó para poder apreciarlos mejor. Levantó el primero y se lo acercó a los ojos, pero el reflejo del sol que entraba por la ventana pegaba justo en el vidrio del portarretratos y no dejaba ver la foto. Lo movió levemente hacía la derecha primero y luego la izquierda, hasta que pudo encontrar el ángulo en el que el sol no molestase.
            Lo que vio le sacó el aire al instante. Lenta pero seguramente una tras otra lágrima le caían de los ojos. Era una foto de su familia. Su padre, su madre y sus dos hermanas. Lloró tanto que tuvo que secar el portarretratos para poder volver a ponerlo en su lugar. Cuando levantó el segundo tampoco cesó su llanto. Este no era de su familia, sino de Lucila, su esposa. No era una foto cualquiera tampoco, ya que era la foto de su casamiento. Ella estaba increíblemente hermosa, con un vestido blanco que la hacía parecer un ángel. Mariano paso los dedos por la foto, como si esa acción le diera algo de proximidad a su tan amada compañera. Devolvió la foto a su lugar y levantó la tercera. En este caso lo que vio era una ecografía donde se podía discernir a su futuro hijo.
            - Esa la vamos a cambiar cuando nazca – dijo Clara. – Vamos a poner una foto de él o ella en serio. ¿Cómo se va a llamar?
            - No lo sé. Nunca lo llegamos a hablar - respondió tristemente el muchacho.
            Mariano luego se encontraba muy conmovido como para poder seguir apreciando todo lo que tenía el departamento. Siguió explorando por uno o dos minutos, pero sin parar para observar nada. No vio más de lo que ya había visto antes de saltar: el sillón, la mesa, las sillas. Luego fue a la pieza y también ahí eran los mismos objetos: la cama y la mesa de luz.
            Cuando volvió a living la encontró a Clara cerrando la ventana por la cual había saltado. Ya habían pasado los minutos de desconcierto y por fin le había caído el hecho de que ya estaba acá y que no había más vuelta que darle.
            - Bueno, ¿me explicás más o menos? – le dijo tímidamente a Clara, corriéndose una lágrima de la mejilla.
            - Primero y principal, como ya te dije, no vas a poder aprender casi todo en un par de minutos. Necesitás darle tiempo al tema. Te moriste. Es así de jodido, pero es así de simple. Medio irónico.
            - ¿Y ahora? ¿De acá como sigo? ¿Qué hago?
            - Depende de vos. Sentate, no podemos hablar de esto parados – le dijo mientras se acercaba a la mesa y tomaba asiento en una de las sillas. – Como verás, el departamento está ambientado con todo lo que necesitás. Tenés una cama, una mesa, una cocina con todo lo que necesitás para vivir.
            - Sí, lo veo eso. Pero es poco, ¿no?
            - Depende de cómo viviste allá abajo. Si viviste precariamente quizás esto te parece el paraíso. Si tuviste una vida de excesos, esto obviamente te parece poco. Pero la idea está bien.
            - ¿Qué idea? No entiendo  –
            - Las autoridades les dan una nueva oportunidad a todos. Te dan todo lo básico que necesitás para vivir, y de ahí en adelante, cosa tuya. Nunca te va a faltar nada, pero si vivís de esta manera por el resto de la eternidad, te vas a aburrir tanto que preferirías ni estar acá.
            - Pero  sigo sin entender. ¿Qué significa que te den todo lo básico?
            - En el departamento, tenés los justo y necesario para vivir. En cuanto a temas de salud, tu salud está en pleno estado, como para que puedas hacer lo que quieras. Quieren que todos puedan pasarla bien, haciendo lo que quieran, viviendo de la manera que quieran. Y no importa lo que hiciste allá abajo. Si eras cartonero o si eras el gerente de una empresa, no importa. Acá tenés una nueva oportunidad. Los roles se pueden hasta invertir -.
            - ¿Qué roles? No me vas a decir que acá arriba se sigue trabajando, ¿o sí? – le preguntó Mariano incrédulo.
            - Sí. No podés pensar que te vas a quedar en este departamento para siempre. Puede parecer algo malo al principio, pero en realidad está bueno. Podés ser lo que nunca fuiste allá abajo. O si amabas lo que hacías antes lo podes seguir haciendo. O bueno, en tu caso no.
            - ¿Por qué en mi caso no? –
            - No creo que mucha gente te quiera comprar un seguro de vida si ya se murió – apuntó Clara riéndose.
            - ¿Y qué trabajos existen?
            - Casi todos son los mismos. Algunos ya no sirven, como los médicos. Acá no se necesitan. Es algo bastante malo para ellos porque se pasaron la vida trabajando y estudiando. Pero a algunos les gusta cambiar de aire.
            - ¿Por qué no se necesitan? – preguntó Mariano algo tontamente.
            - Saltaste desde el tercer piso de un edificio y no te pasó absolutamente nada – señaló Clara. – Disculpame, me voy a hacer un café – dijo levantándose hacia la cocina. - Bueno como te decía, los trabajos son casi todos los mismos. Hasta hay trabajos nuevos. Yo trabajo en el ministerio de transición por ejemplo. Investigamos a los que se murieron y tratamos de hacerlos sentirse en casa cuando llegan. De vos sé que te casaste con Lucila, que estaba embarazada por ejemplo.
            Al decir esto Clara, Mariano se puso a llorar. No podía ni pensar en su amada sin hacerlo. No toleraba estar un día sin ella cuando estaba vivo, y ahora no la vería hasta que ella muera. Y lo último que quería era que Lucila muera. Como vemos, toda esta situación lo agobiaba demasiado.
            - Disculpame, no me di cuenta – le dijo Clara. Mariano no respondió. Volvió a la mesa con dos cafés, uno para ella y uno para él. – Si mal no lo recuerdo, el café te gustaba negro.
            - Sí, gracias. ¿Cómo sabes?
            - Te dije que investigamos a los recién llegados – respondió la chica.  - Tenemos un departamento completamente nuevo de psicología, por ejemplo – continuó.  - Te va a servir mucho para poder adaptarte a la vida acá. Créeme que por ahora venís muy bien. Tuve varios casos te digo, y más de uno no me creyó hasta que saltaron cuatro o cinco veces por la ventana. E incluso hay trabajo de ser padres.
            - ¿Cómo padres? ¿Cómo puede ser un trabajo eso?
            - Para los bebés que fallecen y no tienen familiares acá arriba. Es un trabajo triste la verdad porque no te podes encariñar con el nene, por más que lo veas crecer. Algún día se va a morir algún familiar, y se lo tenés que entregar.
            - Igual me parece medio injusto que haya que trabajar acá arriba. No lo digo por mí necesariamente. Pero hay gente que se mató toda la vida trabajando.
            - Sí, sin duda. Y eso las autoridades lo saben. Pero al poder ser algo distinto, al poder cambiar de aire, no creen que sea algo tan horrendo. Además, la principal causa por la cual la gente deja de trabajar es porque no le da el físico. Pero acá arriba todos nos sentimos igual físicamente. Si te moriste a los noventa, o a los quince, te vas a sentir igual acá. – Al decir esto Mariano la miró muy extrañado. Clara, dándose cuenta de esto continuó – si el simple dato te parece raro, imaginate cuando veas un partido de fútbol. Hay viejos, sin pelo y con la cara toda arrugada, que corren como si tuvieran veinte. Es una cosa de locos -.
            - ¿Hay fútbol acá arriba? – preguntó Mariano un tanto excitado. Sí había un deporte que le gustaba, era el fútbol. - Ya que no puedo ser vendedor de seguros, ¡quizás pueda ser futbolista!
- Olvidate. Acá es más difícil todavía ser futbolista. Acordate que los futbolistas también se mueren eh. Y la mayoría siguen jugando acá. Algunos no, les gusta un cambio de aire. Pero desde ya los dirigentes de ciertos clubes se están peleando para fichar a Maradona, a Pelé, a Messi. Es más negocio que en el mundo de abajo.
- Ja, me imagino – respondió Mariano fingiendo una sonrisa. En realidad estaba desilusionado por el hecho de no poder ser algo que siempre quiso. -Pero, ¿si quiero ser algo distinto, como hago? No sé hacer nada más que lo que hago -.
-  No te creas. Hay trabajos que podés hacer igual. Pero también hay universidades acá. Podés estudiar lo que quieras. Si es tu primera carrera acá arriba es completamente gratis. Ahora, si es la segunda, hay una cuota que hay que pagar.
            - ¿Y la plata de donde la sacó? – Volvió a hacer una pregunta tonta Mariano. Clara estaba empezando a dudar de la inteligencia que había descubierto en la investigación.
            - De tu trabajo. Dije segunda carrera. Con la primera trabajás, ganás plata – le respondió a Mariano como si le estuviese hablando a un chico.
            - ¿Me vas a decir que en el cielo hay dinero? – dijo Mariano riéndose. - ¿Capitalismo? Yo pensaba que trabajabas y listo, si total podes vivir con lo básico de las autoridades.
            - No – dijo Clara compartiendo la risa. – Yo tuve ese pensamiento cuando recién entré también. Pero sí, hay dinero. Como verás, acá tenés todo lo básico. Pero si querés más, un televisor por ejemplo, lo tenés que pagar. O salmón, para poner otro ejemplo, eso no lo vas a encontrar en tu heladera. Hasta te podes comprar otro departamento, y hasta una casa.
            - ¿Vos vivís en una casa? – le preguntó Mariano.
            - No, fallecí hace tres años. Así que no me dio el tiempo todavía como para juntar el suficiente dinero para una casa. Incluso ni siquiera necesito una, ya que vivo sola. Y como vos, no tengo a nadie todavía acá arriba. Alquilo un departamento, un poco más grande que este. Este no se paga, no te preocupes – concluyó Clara intuyendo que esa era la pregunta que justo le iba a hacer Mariano.
            - Qué lástima – le dijo Mariano.           
            - ¿Qué no se pague este departamento? ¿Cómo pensabas pagarlo sin trabajo?
            - No, qué lástima que no tengas a nadie – dijo fríamente.
            - Sí – respondió Clara con una mueca. – Pero en cierto sentido es una lástima irónica. Obviamente que uno no quiere estar solo acá arriba, pero tampoco queremos que ninguno de nuestros parientes se muera. Hay que esperar -.
            Ya se estaba haciendo tarde y Clara debía volver a al trabajo. La muchacha se levantó de la mesa y fue caminando hacia la cocina para lavar las tazas sucias de café. Luego retiró su chaqueta del sillón, adonde la había tirado al entrar, y se la puso.
            - Nos vemos mañana – le dijo a Mariano. – Te voy a ayudar a encontrar trabajo.
            - ¿Es parte del tuyo?  - le preguntó Mariano con una sonrisa pícara.
            - No – respondió Clara al tiempo que le daba un beso en la mejilla. – Pero me caés bien.


















martes, 30 de julio de 2013

Novocassio - Capítulos 1 y 2

Capítulo 1

            Esta no es una historia convencional. No hay muchas historias que comienzan con una muerte. Hay algunos ejemplos salientes, sí, que quizás lo hagan. Si se quiere mirar por un lado más intelectual, en el primer párrafo de Cien Años de Soledad un tal Aureliano Buendía se encuentra frente a un pelotón de fusilamiento. Pero si se sigue leyendo, se verá que su vida no concluye en ese instante.  Es más fácil mencionar un ejemplo mucho menos intelectual, pero sí más cultural. La historia de Bruno Díaz comienza con el asesinato de sus padres, hecho que lo lleva a ser Batman. Pero esta historia en nada se asemeja a ello. No está el lector frente a la gran epopeya de un héroe público, ni tampoco de un guerrillero colombiano.
            No, esta es la historia de Mariano Fernández. Un nombre común, y un apellido más que convencional. Éste es, entonces, nuestro personaje. Pero la cotidianeidad de su nombre no se aplica de ninguna manera a su vida. Aunque en realidad, como vera el lector a través de las páginas, vida es una forma de decir.
Mariano era, nótese la utilización del verbo, un muchacho de tan sólo veintiocho años. Tenía la tez clara, la voz un poco grave, los ojos entre azul y verde, hasta quizás tirando a un grisáceo.  Muy alto no era, ya que medía un poco más del metro setenta y dos. Pero no te dabas cuenta de que su estatura era promedia, pues dentro de todo era medio flaco, hecho que le daba una apariencia de ser más enano de lo que era. Pero se las ingeniaba para que lo vieran como un muchacho, como quien dice, pintón.
Este último dato es lo que lo ayudó a hacerse con el corazón de una muchachita llamada Lucila. Siendo un año menor que él, Mariano la conoció en un viaje que había hecho por negocios a Londres. Encontrándose en un país en el cual no entendía el idioma, Mariano oyó una voz argentina pidiendo indicaciones al salir del hotel y rápidamente buscó a la dueña de aquella voz. Cuando la encontró, se sorprendió por su belleza. Lucila era una de esas mujeres de una belleza inocente, casi digamos de una belleza frágil. Era rubia, algo pálida, y un poco más baja que Mariano. Tenía un lunar marrón en el cachete izquierdo, rodeado de tres otros lunarcitos, que hacía parecer su mejilla una constelación de estrellas. Quizás se pueda definir la belleza de Lucila como lo hizo alguna vez Facundo Quiroga en uno de sus tantos cuentos, mencionando que lo lindo de una mujer no son sus aspectos provocativos, sino la perfecta solidaridad de su rostro. Pero estas palabras, si bien son mejores que las mías, en nada se compararían con cómo describiría Mariano a su amada.
Cuatro años estuvieron de novios. Cuatro años se amaron, y hasta engendraron un bebe que nacería apenas días después del cumpleaños veinte nueve de Mariano. Pero una buena noche, luego de una larga discusión, Mariano decidió proponerle a su pareja matrimonio. La discusión se había originado sobre la duda de dónde iban a vivir una vez que nazca el bebé. Al no estar casados, no tenían una casa, y sólo alquilaban un departamento en el cual vivían juntos. Pero con la llegada de un bebé el departamento les quedaría chico. Lo que no sabía Lucila era que Mariano ya lo tenía todo resuelto, pues había comprado una casa. Por eso cuando el muchacho le propuso casamiento a su novia, en vez de hacerlo con un anillo, lo hizo con una llave.
Con el bebé en camino, la casa comprada, y el casamiento ya consumado, sólo faltaba la luna de miel. A Lucila siempre le gustó la playa, por lo cual Mariano consiguió, luego de hablar con un par de amigos, unos pasajes con descuento a Ibiza. Es importante mencionar el tema del descuento, ya que el trabajo de Mariano, vendedor de seguros,  no le permitía darse tantos lujos económicos. No se ha mencionado, pero sí es importante, que Mariano pudo comprar la casa con mucha ayuda de sus padres.
El día que debían viajar hacia España, Lucila esperaba a Mariano en el aeropuerto. Al marido se le estaba haciendo tarde, ya que estaba ocupado en una reunión en la oficina. Sentado y escuchando hablar al aburrido de su jefe, un gordo pelado, cuyos botones de su camisa estaban por salir volando, Mariano miraba por la ventana. Llovía a cántaros, tanto así que apenas se veían más de veinte metros. Pero poco le importaba esto a Fernández, pues en sólo 48 horas estaría tomando sol en la playa junto a su amada. O eso pensaba.
Como se le había hecho tarde y con miedo de perder el vuelo, Mariano le pidió al taxista que lo llevaba al aeropuerto que se apure lo máximo posible para llegar a tiempo al vuelo. Viendo la forma en la que llovía, el taxista se negó y le pidió disculpas a Mariano. Pero éste, que no podía permitirse perderse el vuelo de su luna de miel, le prometió al taxista que le pagaría el doble de lo que costaba el viaje al aeropuerto. Al escuchar esto el taxista pensó por dos minutos y terminó por acceder. Pero por más que había acertado en su respuesta original al negarse, cuando se dejó convencer por Mariano cometió un grave error. Con la lluvia cayendo de tal manera, el asfalto estaba tremendamente resbaloso y esto, como ya se anticipó desde la primera línea escrita, le pasó factura. El taxi desbarrancó, y los dos murieron al instante.
Lucila veía que Mariano no llegaba al aeropuerto a horario, y se estaba cansando de llamarlo al celular. Cuando estaba por marcar nuevamente para llamar a su esposo se vio sorprendida por un llamado de la policía. El oficial que le hablaba con una voz muy seria le comunicaba lo peor. Lucila se vio totalmente abatida, tanto que no pudo ni sostenerse en pie. Su dolor era incomparable, y no es necesario describirlo, pues los lectores ya sabrán lo que es perder a un ser querido. Y si tal no es su caso, considérese usted un afortunado.

 Capítulo 2

            Mariano se levantó sintiéndose aliviado. No recordaba nada de lo que había pasado. Pero francamente poco le importaba, pues se sentía de maravilla. Nunca en su vida habíase sentido de esta manera. Era como si su cuerpo no tuviese peso, como si nada le pudiese hacer mal en ese momento. Esbozando una sonrisa, se levantó de la cama en la cual estaba acostado. Era una cama grande, bastante grande a decir verdad, con sábanas blancas y más almohadones de los necesarios para dormir. Mariano no tenía ni la menor idea de donde estaba, ni de cómo había llegado ahí, pero dentro de todo, le gustaba el lugar.
 Se encontraba en una habitación amplia, con una ventana que tenía una vista a un parque muy verde, por la cual entraba mucha luz. Al lado de la cama había una mesa de luz, con una lámpara que de noche probablemente iluminaba toda la habitación.  Mariano abrió los cajones de la mesa de luz para ver si encontraba algún indicio de donde estaba. Abrió los dos, pero no encontró nada. Se levantó de la cama y caminó hacia un escritorio cercano, el cual también tenía un par de cajones. Tampoco encontró nada. Miro por la ventana para ver si conocía el lugar o no. Lo que vio era la imagen de uno de los parques más pacíficos que había visto en su vida: árboles verdes y altos, gente sentada en banquitos jugando con niños pequeños, pájaros poniéndole música a lo que parecía ser el comienzo de un muy bello día.
Nada de esto le parecía familiar a Mariano. Entonces miró a su alrededor y encontró una puerta cerrada. Se dio cuenta que no estaba en una habitación cualquiera, estaba en lo que parecía ser un apartamento. Saliendo del cuarto entró al living de este lugar. Era un lugar más que básico, sin ninguna excentricidad, ni ningún lujo.  Había una mesa grande en el centro, con dos sillas. Un sillón negro, que contrastaba con el color blanco nieve de las paredes del departamento. Le daba la impresión a Mariano que todavía quedaba bastante por amueblar en este lugar, y entonces pensó que quizás alguien estaba próximo a mudarse aquí.
Luego volvió a posar la vista en la mesa y vio que en el centro de ella había una carta. Se acercó con impaciencia, se empezaba a desesperar por saber dónde estaba. El sobre que contenía la carta estaba remitido a Mariano Fernández, según pudo ver cuando lo levantó y se lo acercó a los ojos. Extrañado Mariano abrió el sobre impacientemente, rompiéndolo de la desesperación. La carta que llevaba dentro le iba a cambiar la vida. Aunque, a decir verdad, ya no se le podía llamar vida lo que estaba viviendo Mariano.
A lo largo de un par elocuentes párrafos Mariano leyó sobre su propia muerte. Todo le empezaba a volver a la cabeza. Lucila, la luna de miel, el viaje a Ibiza. Pero había algo que le faltaba, no entendía porque estaba ahí, no sabía qué le había pasado. Mariano continuó leyendo hasta toparse con la información sobre el día de su viaje, la lluvia, el taxi. Lo que leyó después lo afecto tanto que a Mariano se le nublo la vista. Sentía que se iba a desmayar. Al no ver nada Mariano tanteó el aire hasta llegar al sillón mencionado anteriormente. Hizo estragos para poder continuar leyendo. Tuvo que esperar un par de minutos para que le vuelva la vista, tal era el grado de confusión de nuestro personaje. Al llegar a la última línea de la carta, las gotas de su llanto caían sobre la firma que anunciaba quién había escrito la carta: “las autoridades”.
Mariano seguía sin entender. Se acordaba, ahora sí, de lo que le había pasado, del taxi, de la lluvia, del choque. Pero no podía creer que estaba muerto. Si había fallecido en el choque, ¿qué hacía aquí? ¿Qué era este lugar? Nuevamente se le nubló la vista. No creía nada de lo escrito en esa carta. Alguien le estaba jugando una broma pesada. O quizás todavía estaba en coma, en el hospital. Sí, debía ser eso, pues el muchacho no encontraba explicación alguna sino. Todo lo que había visto hasta ahí no debería ser más que producto de su imaginación, posiblemente inducido por los medicamentos. Pensó en Lucila, en cómo seguramente debía de estar sentada al lado suyo en la habitación del hospital. Agarrados de la mano tal vez.
Pensó una manera de volver a su estado de conciencia. Si podía pensar en este coma entonces algo podía hacer que los médicos no podían.  Luego de varios minutos, en los cuales nunca pero nunca paró de sollozar, pensó y pensó. Poco pudo descubrir, ya que su mente estaba acaparada por la preocupación por Lucila. Seguramente estarían sufriendo. Ella, y el bebé también, pensó Mariano.
Entonces se le ocurrió una idea. Había concluido que estaba en una realidad subalterna, que ahí lo había llevado su mente al estar en coma. Si salía de ella de alguna manera, entonces quizás pudiese despertar, pensó Mariano. No se le ocurrió mejor manera que matarse. Había pensado que probablemente sea como en los sueños. El lector debe saber por qué Mariano pensaba esto. ¿O acaso nunca se despertó de un sueño justo cuando dentro de él estaba por fallecer? Pensó el muchacho entonces que esto aplicaría a su estado inconsciencia entonces.
Terminó por concluir que iba a saltar por la ventana de este apartamento. Era lo suficientemente alta como para matarlo, sí, y ese era justamente el plan de Mariano. Decidió, como dicho, que quizás si se moría en esta realidad se despertaba del coma. Era algo alocado, es verdad, pero no podía estar un minuto más en este lugar. El terror lo estaba asfixiando. El hecho de saber que mucha gente estaba llorando por él no lo ayudaba a socorrer su terror.
Mariano entonces prosiguió a acercarse a la ventana del living. Esta también tenía vista al parque, como la ventana de la habitación. La abrió lo más que pudo y se sentó con las piernas mirando hacia afuera. Estuvo allí por varios minutos antes de saltar. Nadie lo miró, nadie se preocupó por él. - ¿Por qué lo harían? – Pensó Mariano – si total son parte de mi imaginación. Saben exactamente lo que voy a hacer -.
Antes de saltar se le cruzó por la cabeza la idea de que si saltaba y se quitaba la vida, quizás no se despertaba. Quizás directamente se moría. Saldría del coma, sí, pero no volvería a vivir. Entonces se preguntó si debería de esperar a que los doctores hagan su trabajo, ellos en algún momento lo despertarían. Pero, ¿y si nunca lo hacían? Estando en coma Lucila y sus seres queridos siempre estarían preocupados por él y siempre tendrían que estar pendientes de él, rezando inútilmente para que vuelva a la vida. De esa manera sufrirían hasta que un  buen día se terminase por morir. No, eso tampoco lo podía tolerar Mariano y decidió saltar.
Todo transcurrió en un par de segundos. Saltó, cerró los ojos, y esperó por lo mejor. Pero cuando volvió a abrir los ojos, vio el asfalto de la calle que estaba enfrente del parque. Sentía su frescura y no sentía dolor alguno. Algo había salido mal. Quizás la distancia de la ventana al piso no era la necesaria para poder quitarse la vida. Pero sí era lo suficientemente larga para poder producirle algún dolor. ¿Entonces, qué estaba pasando? Nuevamente, Mariano se sintió desorientado y poco a poco se iba dando cuenta que quizás él no podía hacer nada para ayudar a los médicos.
- No te sirve de nada saltar – le dijo una voz que se acercaba. – Yo probé. Y probé más de una vez, créeme. Pero no te sirve de nada -.
Mariano levantó la vista y vio a una muchacha de pelo castaño, de ojos azules, y probablemente de su misma edad. Venía vestida muy formal, con un saco de traje blanco, y pollera negra. Tenía, como para que se la pueda imaginar el lector, la apariencia de una azafata. Pero una de las antiguas azafatas, cuando este trabajo era todo un privilegio.
- ¿Cómo que probaste saltar? – le preguntó Mariano realmente confundido. – Si sos parte de mi mente, de mi imaginación.
- No, te equivocás – le respondió la muchacha muy tranquila. – Yo pasé por esa etapa. La negación. Yo también pensé que quizás estaría en un coma.
            - ¿De qué me estás hablando? – interrogó nuevamente Fernández. – ¿No estoy en un coma? –
            - No. – Respondió fríamente la chica. – ¿Tu nombre?
            - Mariano. Mariano Fernández. ¿Dónde estoy?
            - Soy Clara. Gracias por preguntar. Lo que decía la carta. ¿Te acordás? La carta esa que leíste – empezó por decir. Mariano asintió con la cabeza. – Bueno, todo eso, es verdad.
            Mariano cerró los ojos y no dijo nada por al menos un bueno y largo minuto.
            - Pudiste al menos salir del departamento y preguntarle a alguien donde estabas en vez de saltar de una – dijo riéndose Clara. - ¿y si te pasaba algo enserio?
            - Acababa de leer una carta que me decía que me había muerto. ¿Te parece que puedo pensar después de leer eso? – le dijo Mariano muy enojado. – Pero no me respondiste. ¿A dónde estoy?
            - Es difícil de explicar – dijo Clara mucho más seria, y pausadamente. Sabía que lo que le diría a Mariano no era para nada fácil de comprender. – Llamalo cielo si querés. No sé, llámalo como quieras. Estás en lo que viene después de la muerte. Es esto.
            - ¿Esto? – preguntó Mariano haciendo una mueca de infelicidad.
            - ¿Qué? ¿Te esperabas que te recibiera Dios con los angelitos? – respondió Clara. – Es esto. A mí tampoco me gustaba. Pero salvo un par de cosas, está bueno. Ya vas a ver.
            - Y, acá, ¿vienen todos los que se mueren? – siguió interrogando Mariano. Ya se había dado por vencido, ya comprendía que estaba muerto. Seguir preguntando sobre eso sería inútil, y entonces decidió saber más de este lugar.
            - Es difícil de explicar, otra vez te digo. Pero sí. Este lugar es enorme. Gigante.
            - Si estoy en el cielo… – empezó Mariano pero fue interrumpido por Clara.
            - Sí es que lo llamás eso.
            - Si estoy en el cielo – siguió el muchacho haciendo oído sordo a Clara. – Entonces, ¿dónde están mis familiares? Los que fallecieron antes digo.
            - Este lugar se renueva cada cien años. La última renovación fue en el 2000. Yo fallecí hace tres años, era el 2009. ¿Supongo que ahora estamos en el 2012?
            - Sí, sí. Ayer, u hoy, no sé, era el 3 de Septiembre de 2012.
            - No, pasa una semana entre que te morís y que terminas acá. – Corrigió Clara. – Hay mucho papeleo y temas así. Pero bueno, como te decía. La última renovación fue en el 2000. Si tenés algún familiar que falleció desde ahí hasta ahora, entonces podés encontrar alguno acá.
            Mariano pensó y buscó en su memoria para ver si tenía a alguien que hubiese fallecido en los últimos doce años. Sus abuelos, a quienes Mariano le hubiese encantado volver a ver, habían fallecido antes, lamentablemente.
            - No. Quizás un par de tíos. Nadie muy cercano – respondió. – ¿Pero qué pasa con esa gente? ¿Desaparecen? ¿Nosotros también en ochenta y ocho años?
            - No desaparecen. Van a otros lugares, exactamente igual a este, con toda la gente que falleció entre el siglo XX y el XXI. – Contestó Clara. – Es difícil de explicar, ya te dije. Dos veces. Pero ya vas a ir entendiendo.
            - ¿Y se puede ir a visitarlos? – preguntó Mariano inquieto. Le alegraba saber que quizás podía ver de vuelta sus abuelos. Sería lo único bueno de la muerte, volver a reencontrarte con tus familiares.
            - Sí. Con este sistema se dividen muchas familias. Parejas que fallecieron entre siglos, quienes son muy desafortunados dicho sea de paso, sufren muchísimo acá – dijo Clara. – Así que se puede visitarlos, pero sólo una vez cada dos semanas.
            - ¡Pero eso no es nada! – Protestó Mariano furiosamente.
            - Al menos los estás volviendo a ver. Cuando alguien fallece pensás que nunca lo vas a volver a ver. Que nunca vas a poder escuchar su voz – dijo Clara muy elocuentemente.
            - ¿Y por qué se hace esta división? ¡Es absurda!
            - ¿A vos te parece que es absurda? – preguntó retóricamente la castaña. – Este lugar sería un desastre si estuviesen todos los muertos acá. Todos, desde que empezó la humanidad.  Estaríamos sobrepoblados. El sistema de ahora está bien, no tengo dudas.
            - ¿Y quién lo administra? – preguntó Mariano inquieto. Siempre se preguntó qué pasaría después de la muerte. Era católico, pero nunca iba a misa. Incluso se preocupaba a veces, pensando que no iba a ser aceptado en el cielo, si es que había uno. – ¿hay un dios?-
            - Lo administran los que te firmaron la carta. “Las autoridades” se hacen llamar. Vos llamalos Dios si querés. Pero no les gusta que les pongan rótulos. Acá hay judíos, musulmanes, ateos. No quieren que se ofenda nadie.
            - Es mucho todo esto para digerir – dijo Mariano, quien se sentía agobiado por tanta información. – Me estás contando esto hace cinco minutos y sigo en el asfalto – siguió mientras se levantaba y se quitaba la mugre del pantalón.  – Vamos arriba y me seguís explicando.
            - No tenés nada arriba. Empezás con una cama, un sillón y una mesa con dos sillas. Nada más – dijo Clara riéndose.
            - ¿Empezás? ¿Cómo se consigue más?
            - Recién llegaste, no quieras saber todo lo que pasa acá en un par de minutos. Date tu tiempo. Ahora, ¿te acordás de tu número de departamento?
            Mariano la miró sin saber qué decir. No sabía su número, ya que no había abierto la puerta. Solo había abierto la ventana y había sido solamente para saltar.
            - Vení, calculamos más o menos por la ventana que saltaste cuando te vi – resolvió Clara.
            -Ah, al menos a alguien le importó que un tipo estaba saltando desde la ventana de su departamento – dijo Mariano agradecido.
            - Pasa todos los días acá. Es lo normal.