Capítulo 3
Subieron
los dos juntos al tercer piso, por el cual según Clara, había saltado Mariano.
El edificio era todo blanco, pero no un color que te hacía acordar a los
dentistas o a los hospitales, sino que rememoraba a las nubes grandes que
adornan una mañana soleada. Para decorar el edificio había cuadros cada cuatro
o cinco metros. Pero no eran cuadros para nada extravagantes, sino que eran
pinturas de la vida cotidiana. Hombres sentados, con trajes. Mujeres con
vestidos del siglo XXI. Pensó Mariano que eran como versiones modernas de
cuadros pertenecientes a siglos pasados.
-
Ese lo pintó Leonardo – dijo Clara señalando al cuadro que tenía en frente en
ese momento. Era el de una dama sentada, con maquillaje y perlas modernas. No
se podía discernir si estaba sonriendo o no.
-
¿Qué Leonardo? – preguntó Mariano desinteresado.
-
¿No vez que es una versión moderna de la Mona Lisa? – le respondió Clara con un
tono de sabelotodo. – Leonardo Da Vinci.
-
No recuerdo que haya pintado eso. No es suyo.
-
No lo pintó estando vivo. Lo pintó acá arriba.
-
¡Estoy ante un Da Vinci original! – se dijo a sí mismo Mariano suspirando entre
dientes. - ¿Siguió pintando acá?
-
Sí. Según dicen pinta todos los días.
-
¿Lo pudiste ver alguna vez? Quiero visitarlo. ¿Cómo hago? – preguntó Mariano
intrigado.
-
No se puede. Acordate lo que te dije de la renovación cada siglo.
-
Pero dijiste que una vez cada dos semanas podes moverte entre siglos.
-
Sí – replicó Clara secamente. – Te dije eso. Pero sólo podemos visitar a
nuestros antepasados.
-
Ah – dijo un desalentado Mariano. ¿No puedo ir con algún familiar de Da Vinci?
¿El que trajo los cuadros acá, por ejemplo?
-
No, no se puede. Ya intenté. Pero es imposible – respondió Clara, una vez más
decepcionando a Mariano. – Además, no quedan parientes suyos. Los que trajeron,
y traen, los cuadros acá son las autoridades. Llegamos.
Al
terminar la chica de decir dichas palabras Mariano levantó la vista hacia donde
le indicaba Clara. La puerta decía M. Fernández; era su departamento. Abrieron
la puerta y entraron al living en el que se encontraba Mariano antes de saltar.
Sin embargo había más detalles de los que él había podido apreciar. En su
ceguera causada por el terror de sentirse en un coma, no había advertido ni
siquiera que en el living las paredes no estaban completamente peladas. Es
decir, sí estaban mayoritariamente cubiertas de blanco pero tenían un par de
cuadros como para decorarlas.
-
Ese lo elegí yo para acá – señaló Clara con el dedo apuntando hacia un cuadro
que quedaba justo encima de la mesa principal del living.
-
¿Cómo? – le preguntó Mariano desconcertado.
-
Yo trabajo en el ministerio de transición, elijo los departamentos en donde van
a vivir los recién llegados y los adorno si me da el tiempo – comenzó a decir
Clara. – Pero dijiste que necesitabas un tiempo para digerir tanta información.
Así que tomate todo el que necesites, date una vuelta por acá, por la pieza. Sé
que no es grande, pero si te pasó como a mí, al principio no te das cuenta de
nada.
Mariano
hizo caso a lo que le decía Clara. Primero observó el cuadro que le había
señalado. No era nada especial, sólo una pintura de un río. Pero lo que no
advirtió el muchacho era que el río no era cualquiera, era en realidad el Río
de la Plata. Clara había selecto ese cuadro como para que Mariano tenga algo de
su país natal en el departamento. Para que no se sienta tan distante y
agobiado. También había pinturas del obelisco, de la casa rosada, y hasta de la
bombonera. Y todos tenían una firma familiar. No era muy famosa, pero en algún
lado Mariano la había visto antes.
-
¿Estos cuadros – comenzó Mariano extendiendo su mano para tocar la textura del
río – quién los pintó?
-
Pensé que los ibas a reconocer. Son de tu tío abuelo. Ni bien se enteró de tu
fallecimiento se comunicó con las autoridades y les hizo llegar sus pinturas.
Me dijo personalmente que quizás una de ellas te iba a ser familiar.
Mariano
se puso a pensar. La pintura del obelisco, pintado con fuegos artificiales
detrás, le hacía acordar a algo. No se acordaba si era o no un cuadro que tenía
su familia en el living de su casa cuando era chico.
-
Este puede ser – le dijo a Clara. – Pero no, en todo caso este cuadro estaba
allá abajo, en el mundo real. ¿Cómo hicieron para traerlos?
-
Lo pintó devuelta. Exactamente igual como lo había pintado años atrás. Quería
que tengas algo del mundo de allá. Por eso está medio desprolijo digamos, sin
ánimo de ofender a nadie. Tuvo nada más que una semana para poder hacerlo. Como
te dije, pasa una semana entre que te morís y que terminás acá. Pero bueno, el
resto ya los tenía pintados acá arriba. Son hermosos realmente. Le pregunté si
no me dejaba quedarme uno para mí.
-
¿Y qué te dijo?
-
Se disculpó y me dijo que los había pintado pensando en vos. Que sí quería uno
yo, él me lo podía pintar, pero que tendría que esperar.
Mariano
continuó caminando por el living. Antes de saltar había visto nada más que un
sillón y una mesa con un par de sillas. Ahora no había mucho más, es cierto,
pero pudo observar un mueble pegado contra la ventana. Seguramente para poder
saltar se tuvo que haber subido a este mueble negro para acceder a la ventana
pero si es que lo hizo, ni se había percatado de ello. Cuestión que el mueble
servía para poder guardar la vajilla, la cual se podía apreciar a través de
unas puertitas de vidrio, nada muy importante.
Sin
embargo lo destacable de este mueble era que sobre él se encontraban tres
portarretratos, uno de los cuales estaba tumbado, pues probablemente lo había
tirado Mariano. El muchacho se acercó para poder apreciarlos mejor. Levantó el
primero y se lo acercó a los ojos, pero el reflejo del sol que entraba por la
ventana pegaba justo en el vidrio del portarretratos y no dejaba ver la foto.
Lo movió levemente hacía la derecha primero y luego la izquierda, hasta que
pudo encontrar el ángulo en el que el sol no molestase.
Lo
que vio le sacó el aire al instante. Lenta pero seguramente una tras otra
lágrima le caían de los ojos. Era una foto de su familia. Su padre, su madre y
sus dos hermanas. Lloró tanto que tuvo que secar el portarretratos para poder
volver a ponerlo en su lugar. Cuando levantó el segundo tampoco cesó su llanto.
Este no era de su familia, sino de Lucila, su esposa. No era una foto
cualquiera tampoco, ya que era la foto de su casamiento. Ella estaba
increíblemente hermosa, con un vestido blanco que la hacía parecer un ángel.
Mariano paso los dedos por la foto, como si esa acción le diera algo de proximidad
a su tan amada compañera. Devolvió la foto a su lugar y levantó la tercera. En
este caso lo que vio era una ecografía donde se podía discernir a su futuro
hijo.
-
Esa la vamos a cambiar cuando nazca – dijo Clara. – Vamos a poner una foto de
él o ella en serio. ¿Cómo se va a llamar?
-
No lo sé. Nunca lo llegamos a hablar - respondió tristemente el muchacho.
Mariano
luego se encontraba muy conmovido como para poder seguir apreciando todo lo que
tenía el departamento. Siguió explorando por uno o dos minutos, pero sin parar
para observar nada. No vio más de lo que ya había visto antes de saltar: el
sillón, la mesa, las sillas. Luego fue a la pieza y también ahí eran los mismos
objetos: la cama y la mesa de luz.
Cuando
volvió a living la encontró a Clara cerrando la ventana por la cual había
saltado. Ya habían pasado los minutos de desconcierto y por fin le había caído
el hecho de que ya estaba acá y que no había más vuelta que darle.
-
Bueno, ¿me explicás más o menos? – le dijo tímidamente a Clara, corriéndose una
lágrima de la mejilla.
-
Primero y principal, como ya te dije, no vas a poder aprender casi todo en un
par de minutos. Necesitás darle tiempo al tema. Te moriste. Es así de jodido,
pero es así de simple. Medio irónico.
-
¿Y ahora? ¿De acá como sigo? ¿Qué hago?
-
Depende de vos. Sentate, no podemos hablar de esto parados – le dijo mientras
se acercaba a la mesa y tomaba asiento en una de las sillas. – Como verás, el
departamento está ambientado con todo lo que necesitás. Tenés una cama, una
mesa, una cocina con todo lo que necesitás para vivir.
-
Sí, lo veo eso. Pero es poco, ¿no?
-
Depende de cómo viviste allá abajo. Si viviste precariamente quizás esto te
parece el paraíso. Si tuviste una vida de excesos, esto obviamente te parece
poco. Pero la idea está bien.
-
¿Qué idea? No entiendo –
-
Las autoridades les dan una nueva oportunidad a todos. Te dan todo lo básico
que necesitás para vivir, y de ahí en adelante, cosa tuya. Nunca te va a faltar
nada, pero si vivís de esta manera por el resto de la eternidad, te vas a
aburrir tanto que preferirías ni estar acá.
-
Pero sigo sin entender. ¿Qué significa
que te den todo lo básico?
-
En el departamento, tenés los justo y necesario para vivir. En cuanto a temas
de salud, tu salud está en pleno estado, como para que puedas hacer lo que
quieras. Quieren que todos puedan pasarla bien, haciendo lo que quieran,
viviendo de la manera que quieran. Y no importa lo que hiciste allá abajo. Si
eras cartonero o si eras el gerente de una empresa, no importa. Acá tenés una
nueva oportunidad. Los roles se pueden hasta invertir -.
-
¿Qué roles? No me vas a decir que acá arriba se sigue trabajando, ¿o sí? – le
preguntó Mariano incrédulo.
-
Sí. No podés pensar que te vas a quedar en este departamento para siempre.
Puede parecer algo malo al principio, pero en realidad está bueno. Podés ser lo
que nunca fuiste allá abajo. O si amabas lo que hacías antes lo podes seguir
haciendo. O bueno, en tu caso no.
-
¿Por qué en mi caso no? –
-
No creo que mucha gente te quiera comprar un seguro de vida si ya se murió –
apuntó Clara riéndose.
-
¿Y qué trabajos existen?
-
Casi todos son los mismos. Algunos ya no sirven, como los médicos. Acá no se
necesitan. Es algo bastante malo para ellos porque se pasaron la vida
trabajando y estudiando. Pero a algunos les gusta cambiar de aire.
-
¿Por qué no se necesitan? – preguntó Mariano algo tontamente.
-
Saltaste desde el tercer piso de un edificio y no te pasó absolutamente nada –
señaló Clara. – Disculpame, me voy a hacer un café – dijo levantándose hacia la
cocina. - Bueno como te decía, los trabajos son casi todos los mismos. Hasta
hay trabajos nuevos. Yo trabajo en el ministerio de transición por ejemplo.
Investigamos a los que se murieron y tratamos de hacerlos sentirse en casa
cuando llegan. De vos sé que te casaste con Lucila, que estaba embarazada por
ejemplo.
Al
decir esto Clara, Mariano se puso a llorar. No podía ni pensar en su amada sin
hacerlo. No toleraba estar un día sin ella cuando estaba vivo, y ahora no la
vería hasta que ella muera. Y lo último que quería era que Lucila muera. Como
vemos, toda esta situación lo agobiaba demasiado.
-
Disculpame, no me di cuenta – le dijo Clara. Mariano no respondió. Volvió a la
mesa con dos cafés, uno para ella y uno para él. – Si mal no lo recuerdo, el
café te gustaba negro.
-
Sí, gracias. ¿Cómo sabes?
-
Te dije que investigamos a los recién llegados – respondió la chica. - Tenemos un departamento completamente nuevo
de psicología, por ejemplo – continuó. -
Te va a servir mucho para poder adaptarte a la vida acá. Créeme que por ahora
venís muy bien. Tuve varios casos te digo, y más de uno no me creyó hasta que
saltaron cuatro o cinco veces por la ventana. E incluso hay trabajo de ser
padres.
-
¿Cómo padres? ¿Cómo puede ser un trabajo eso?
-
Para los bebés que fallecen y no tienen familiares acá arriba. Es un trabajo triste
la verdad porque no te podes encariñar con el nene, por más que lo veas crecer.
Algún día se va a morir algún familiar, y se lo tenés que entregar.
-
Igual me parece medio injusto que haya que trabajar acá arriba. No lo digo por
mí necesariamente. Pero hay gente que se mató toda la vida trabajando.
-
Sí, sin duda. Y eso las autoridades lo saben. Pero al poder ser algo distinto,
al poder cambiar de aire, no creen que sea algo tan horrendo. Además, la
principal causa por la cual la gente deja de trabajar es porque no le da el
físico. Pero acá arriba todos nos sentimos igual físicamente. Si te moriste a
los noventa, o a los quince, te vas a sentir igual acá. – Al decir esto Mariano
la miró muy extrañado. Clara, dándose cuenta de esto continuó – si el simple
dato te parece raro, imaginate cuando veas un partido de fútbol. Hay viejos, sin
pelo y con la cara toda arrugada, que corren como si tuvieran veinte. Es una
cosa de locos -.
-
¿Hay fútbol acá arriba? – preguntó Mariano un tanto excitado. Sí había un
deporte que le gustaba, era el fútbol. - Ya que no puedo ser vendedor de seguros,
¡quizás pueda ser futbolista!
- Olvidate. Acá es más difícil
todavía ser futbolista. Acordate que los futbolistas también se mueren eh. Y la
mayoría siguen jugando acá. Algunos no, les gusta un cambio de aire. Pero desde
ya los dirigentes de ciertos clubes se están peleando para fichar a Maradona, a
Pelé, a Messi. Es más negocio que en el mundo de abajo.
- Ja, me imagino – respondió Mariano
fingiendo una sonrisa. En realidad estaba desilusionado por el hecho de no
poder ser algo que siempre quiso. -Pero, ¿si quiero ser algo distinto, como
hago? No sé hacer nada más que lo que hago -.
-
No te creas. Hay trabajos que podés hacer igual. Pero también hay
universidades acá. Podés estudiar lo que quieras. Si es tu primera carrera acá
arriba es completamente gratis. Ahora, si es la segunda, hay una cuota que hay
que pagar.
-
¿Y la plata de donde la sacó? – Volvió a hacer una pregunta tonta Mariano.
Clara estaba empezando a dudar de la inteligencia que había descubierto en la
investigación.
-
De tu trabajo. Dije segunda carrera. Con la primera trabajás, ganás plata – le
respondió a Mariano como si le estuviese hablando a un chico.
-
¿Me vas a decir que en el cielo hay dinero? – dijo Mariano riéndose. -
¿Capitalismo? Yo pensaba que trabajabas y listo, si total podes vivir con lo
básico de las autoridades.
-
No – dijo Clara compartiendo la risa. – Yo tuve ese pensamiento cuando recién
entré también. Pero sí, hay dinero. Como verás, acá tenés todo lo básico. Pero
si querés más, un televisor por ejemplo, lo tenés que pagar. O salmón, para
poner otro ejemplo, eso no lo vas a encontrar en tu heladera. Hasta te podes
comprar otro departamento, y hasta una casa.
-
¿Vos vivís en una casa? – le preguntó Mariano.
-
No, fallecí hace tres años. Así que no me dio el tiempo todavía como para
juntar el suficiente dinero para una casa. Incluso ni siquiera necesito una, ya
que vivo sola. Y como vos, no tengo a nadie todavía acá arriba. Alquilo un
departamento, un poco más grande que este. Este no se paga, no te preocupes –
concluyó Clara intuyendo que esa era la pregunta que justo le iba a hacer
Mariano.
-
Qué lástima – le dijo Mariano.
-
¿Qué no se pague este departamento? ¿Cómo pensabas pagarlo sin trabajo?
-
No, qué lástima que no tengas a nadie – dijo fríamente.
-
Sí – respondió Clara con una mueca. – Pero en cierto sentido es una lástima
irónica. Obviamente que uno no quiere estar solo acá arriba, pero tampoco
queremos que ninguno de nuestros parientes se muera. Hay que esperar -.
Ya
se estaba haciendo tarde y Clara debía volver a al trabajo. La muchacha se
levantó de la mesa y fue caminando hacia la cocina para lavar las tazas sucias
de café. Luego retiró su chaqueta del sillón, adonde la había tirado al entrar,
y se la puso.
-
Nos vemos mañana – le dijo a Mariano. – Te voy a ayudar a encontrar trabajo.
-
¿Es parte del tuyo? - le preguntó
Mariano con una sonrisa pícara.
-
No – respondió Clara al tiempo que le daba un beso en la mejilla. – Pero me
caés bien.